Me tope con esta noticia mientras leía la pagina de Proceso esta mañana: “En la Plaza de la Madre, alrededor de 500 payasos rompieron un récord de risas. El año pasado la marca fue de cinco minutos. Hoy fueron quince”. A pesar de lo divertido de la noticia, no fue lo que más me llamo la atención, sino las entrevistas realizadas a algunos de los asistentes a la convención. Transcribo algunas a continuación (chistes malos incluidos), para que conozcan algo más de la vida de los otros payasos, esos que nos topamos en los camiones o cruceros de avenidas y que (algunas veces) nos hacer reír con sus bromas.
Durante cuatro días, payasos provenientes de toda Latinoamérica asisten a la decimoquinta Convención Internacional de Payasos. Se celebra en el teatro Julio Jiménez Rueda, cerca del monumento a la Revolución. Están separados en cuatro categorías: augustos, trampas, carácter y caras blancas. “Gus Gus” y “Junior Trapitos Sucios” encarnan a los dos primeros. El resto representa a la clase media y alta del payaso.
Gus Gus:
Gus gus es un payaso flaco, modesto. Inspira el respeto de un pandillero violento. Su nombre es un homenaje a sus dos vidas: Gustavo antes de ser bufón; Gus-Gus después de ser cholo y payaso al mismo tiempo. Gus gus es dueño de una trama tortuosa: Hace un año su madre murió. Su sueño era ser payaso y lo cumplió. Tiene 17 años y vive solo en Tláhuac… Presume conocer todas las rutas de camiones —donde trabaja—, las cloacas y los acueductos. No tiene familia. Creció en la calle cerca de la glorieta de la Diana cazadora. Gus gus dice que todos los payasos empiezan en la calle y que los cholos representan lo urbano. Dice que el “Bubulubu” le enseño todo lo que sabe: chistes tan malos como decir ¡Cuidado con el cable! cuando no hay cable, o señalar una pelea y hacer que todos volteen cuando no hay tal […].
Junior Trapitos Sucios:
“Esa nariz me la regaló un payasito que ya falleció. Se llamaba Berrinches. Me dijo ¡órale, iníciate con la mía! Es con la que trabajo”. La vida de Junior Trapitos Sucios es un festín sentimental: su esposa y su padre desearían ver su humor en el bote de la basura. Él gana 150 pesos al día (algo así como 10 euros) trabajando en un camión y 400 pesos cuando tiene funciones particulares. Lo único que lo mantiene atado a la tierra es un hijo que va a cumplir un año…
—Detrás de cada payaso alegre hay una cara triste detrás. Cada payaso tiene un problema. Es muy difícil que te haga reír un payaso. Todo payaso es de la calle. Todos empiezan desde abajo… Aunque luego te encuentras con muchos payasitos bonitos que nos discriminan. […]
Junior Trapitos Sucios no viaja en tren, ni huye del país. Es un payaso que puede estar en la esquina y amanecer en Puebla. Así es su destino. —Lo más difícil es dejar a mi familia, verdad Cachito— le pregunta a su muñeco ventrílocuo.
Cachito es un regalo de un payaso a quien se le enfermó su mujer. Lo compró en 600 pesos. Le puso zapatos, un pantalón, un saco rojo. Todo un caballero. Su quijada está descarapelada. Tiene cabello de velcro. Además de compartir la voz, comparte la misma mirada que Junior: amarillenta como de Resistol seco.
—Cacho es bien inteligente. Llama mucho la atención. Le roba sonrisas a la gente. Muchos no aprecian el arte popular callejero. Lo mejor de la vida es sonreír. Todo va saliendo en el camino. Los payasos blancos no nos aceptan. Son actores que ya trabajan en Televisa. Ellos nos hacen menos. Son payasos que ya tienen dinero.
Cachito lleva a cuestas un comal de aluminio; Junior Trapitos Sucios carga bajo el brazo un cartón de cervezas vacío. Es un payaso trampa, un vagabundo. La gente lo mira feo, porque según él, aparte de triste, es conformista. Pero también asegura que la gente le coopera más.
En su camino se atraviesa otro bufón más engreído:
—Tu me quieres cargar en tus piernas. Se te para… la barba cuando me ves— le dice a un payaso disfrazado de Michael Jackson.
Pantuflín:
Una de las cosas más tristes para Pantuflín es ir a una fiesta y encontrarse a un público de sólo tres o cuatro niños. Una de las cosas más alegres es ir a un hospital y alegrarles la mañana a los niños enfermos. Aún más triste es regresar al hospital para darse cuenta que un niño enfermo desapareció y se convirtió en angelito.
Como uno de los mayores comunicadores en México es Brozo, el payaso tenebroso, las preguntas sobre política se impusieron.
–El gobierno es como la televisión– dijo Pantuflín–, los hijos de los artistas son los que siempre tienen trabajo.
A Pantuflín le parece que la falta de oportunidades de empleo provoca que haya más delincuencia, y que los payasos son una buena cura para la depresión colectiva.
–¿Por qué los chinos no pueden mover este dedo?– preguntó Pantuflín , moviendo el dedo índice de su mano derecha que salía de un guante multicolor.
–No sé.
–Por que este dedo es mío– dijo.
Trozo el Payaso:
Un payaso se fue a sentar junto a Pantuflín.
–Se me cansó la burra– dijo, despertando la sonrisa de todos alrededor.
Trozo, el payaso cariñoso (sin relación con Brozo), llevaba uno de esos disfraces que dan la impresión de estar montado sobre un equino, en este caso, un burro con un culo gigante. Como Trozo es pequeño, el conjunto era realmente cómico. Trozo fue jurado en la convención y es uno de los payasos más viejos del grupo. Vive en Zihuatanejo. La capital siempre lo deja impresionado por el tamaño y el caos. Dijo que el otro día protagonizó en la calle una escena de humorismo involuntario, pues no se había llevado a la convención ropa de cambio y tuvo que regresarse en taxi al hotel, con el burro entre las piernas.
–No esperes a morirte para reírte– dijo.
En una esquina de la plaza que rodea al Monumento a la Madre, había un grupo de indigentes. La mayoría de ellos estaban dormidos en una cama improvisada debajo de los árboles. Otros miraban intrigados a los payasos. Rodrigo Ortega nació en Iztapalapa y vive en la plaza desde hace 10 años. Llevaba una camisa roja y una figura de la Santa Muerte de color verde le colgaba del cuello. Tenía el cabello como algunos payasos. Lleva 24 años en la calle.
–Yo opino que está bien que se junten los payasos, para recordar la infancia– dijo en medio de un fuerte aliento a alcohol.
Tomado de:
Proceso.
El Universal.